Un día, Thomas le dio a su madre una nota del colegio. – “Mi profesor me ha dado esa nota y me dijo que sólo te la diera a ti.” Ella cogió el papel y, con lágrimas en los ojos, leyó en voz alta:
“Su hijo es un genio. Esta escuela es muy pequeña y no tenemos personas preparadas para enseñarle. Le pedimos que a partir de ahora se haga usted cargo de su educación.”
Años después, la madre de Thomas murió. Y un día, mientras él se encargaba de ordenar papeles antiguos de la familia, encontró un papel doblado en el escritorio. Le resultó familiar y supo que era la nota que mucho tiempo atrás le había escrito su profesor. Entonces la abrió y leyó lo siguiente:
“Señora Edison, su hijo está mentalmente enfermo y no podemos permitirle que venga más a la escuela.”
Thomas lloró durante horas y esa misma noche escribió en su diario: “Thomas Alva Edison fue un niño mentalmente enfermo. Pero, gracias a una madre heroica, se convirtió en el genio del siglo.”
Thomas Alva Edison, el gran genio e inventor estadounidense de los siglos XIX y XX, en realidad lo que tenía era dislexia. Pero en aquella época, poco se sabía sobre ella y simplemente se les consideraba mentalmente enfermos, pues eran lentos o incapaces de aprender, hiperactivos, distraídos, y, por supuesto, daban problemas en clase.
Algunas fuentes dicen que esta historia sobre la carta del profesor es falsa. Lo que sí es verdad es que Thomas abandonó el colegio y fue su madre quien se hizo cargo de su educación. Ella creyó en él y le dio a leer libros que lo inspiraron en sus experimentos e inventos.
¿Qué habría sido diferente si la madre de Thomas lo hubiera tratado como alguien “mentalmente enfermo”, alguien que no podía aprender ni llegar muy lejos en su vida? ¿Cuáles habrán sido las expectativas que tenía la señora Edison de su hijo? Con tal diagnóstico, ¿habrá creído en que sería capaz, no de ser un genio e inventor, sino de aprender algo?
Y más allá de esta historia, ¿es posible que las creencias que los demás tienen sobre alguien, puedan alterar su conducta? ¿Influirán las expectativas de los padres sobre el comportamiento de los hijos?
Efecto Pigmalión: cuando las expectativas se hacen realidad.
A final de la década de los 60’s, el psicólogo Rosenthal junto con Lenore Jacobson, directora de un instituto de California, hicieron el siguiente experimento para comprobar cómo las expectativas que tenemos sobre los demás, influyen en su comportamiento.
Rosenthal y Jacobson tomaron una muestra de más de 300 alumnos del instituto y les aplicaron una prueba de inteligencia para asegurarse que no había mucha diferencia entre ellos. Después seleccionaron 65 alumnos al azar y escribieron informes falsos sobre ellos que entregaron únicamente a sus profesores. En estos se explicaba que habían obtenido resultados extraordinarios, superiores a la media del resto de alumnos y por lo tanto se podía esperar mucho de ellos. Del resto de estudiantes no mencionaron nada.
Al final del curso repitieron la misma prueba de inteligencia a todos los alumnos. Entonces observaron que, aquellos a los que falsamente se les había clasificado con una inteligencia superior, sí habían incrementado su cociente intelectual significativamente con respecto al resto de estudiantes.
¿Qué fue lo que ocurrió? ¿Por qué los alumnos, que inicialmente tenían una inteligencia similar al resto, despuntaron a lo largo del curso escolar?
Sucedió que, al conocer estos falsos informes, los profesores comenzaron a tener un trato diferente con estos alumnos y a esperar mucho más de ellos. Quizás, en lugar de pensar que el alumno que se distraía era un «vago que no quería prestar atención en clase», asumían que se debía a su inteligencia superior y que por tal motivo su mente ya estaba pensando más allá de lo que daban en clases.
Así pues, las expectativas de los docentes sobre sus “estudiantes aventajados” terminaron convirtiéndose en realidad. Lo que cambió fue la mentalidad de los profesores y su percepción sobre cada alumno; esperaron mucho más de ellos, modificaron la forma de enseñarles y ¡volià! A este principio de actuación a partir de las creencias y expectativas de los demás es lo que en psicología y pedagogía se conoce como el efecto Pigmalión.
Las expectativas de los padres y su influencia en los hijos.
El efecto Pigmalión funciona también en la relación padres e hijos. De la misma manera que los profesores del experimento modificaron su comportamiento impulsando el desarrollo intelectual de sus alumnos por lo que se les había dicho que podían esperar de ellos, las creencias y las expectativas de los padres también influyen en la forma de actuar de los hijos.
Esto no significa que alcancen las metas que les imponen o que cumplan los sueños que estos tienen sobre los hijos: “será un gran médico, futbolista, abogada, pianista, etc.”. Tampoco quiere decir que se convertirán en el próximo Alva Edison o la siguiente Ada Lovlace si estamos convencidos y les hacemos creer que son genios.
Se trata más bien de la forma en nos relacionamos con ellos, las palabras que les decimos y los roles en los que muchas veces los encasillamos. Y es que, en ocasiones, los padres incitamos inconscientemente a los hijos para interpretar un papel determinado, aunque probablemente lo neguemos de manera consciente.
Por ejemplo, cuando los papás se quejan del comportamiento de su hijo en el colegio, pero se refieren a él con cariño y haciendo gracia de ello como: “Este es mi hijo, Carlitos, el terror del colegio.” O, la madre que se desespera con su hija, pero por otro lado dice orgullosa: “Ya sabes cómo es Anna de perfeccionista, nunca está satisfecha hasta que todo está como ella quiere.” El mensaje subliminal que los niños escuchan es: “no hagas caso a mis quejas, sigue siendo el terror del colegio o tan perfeccionista como siempre.”
A veces nuestras palabras transmiten creencias o pensamientos encubiertos, incluso para nosotros; y, a través de lo que decimos o la manera en que nos comportamos con ellos, les asignamos, sin querer, determinados roles: tiranos, víctimas, frágiles, malo para los deportes, vagos, malo para los estudios, inútiles, miedosos, torpes, quejicas, llorones, tontos, etc.
Cuando dos hermanos se pelean y siempre se defiende al menor por ser el “más pequeño e indefenso” o porque quizás se piense que no sabe gestionar él sus propios problemas, se le está otorgando el papel de víctima, aunque no lo sea. Éste se dará cuenta que, aunque él sea quien inicie el conflicto, lo defenderán a él y siempre saldrá impune. En cambio, al hermano mayor se le está dando el rol de abusador que se aprovecha de la inocencia del pequeño y será quien siempre salga perdiendo.
Si las expectativas de los padres sobre nuestros hijos son bajas, sus aspiraciones seguirán en esta misma línea. Una niña a la que se ha encasillado en el papel de olvidadiza e irresponsable, será así siempre porque la han convencido sus padres cuando ellos son quienes se encargan de recordarle constantemente lo que tiene que hacer: los deberes, las clases extraescolares, llevar la merienda cada día, etc. Al que se le ve como un “bueno para nada” nunca descubrirá para qué es bueno porque a ojos de sus padres, no tiene ninguna cualidad.
Cuando cambian las expectativas, cambia el comportamiento.
“Los niños se ven a sí mismos sobre todo a través de los ojos de los padres. Nos miran para que les digamos no necesariamente qué son, sino qué son capaces de ser. Dependen de nosotros para tener una visión más amplia de sí mismos y para encontrar las herramientas para hacer realidad esa visión.” – Adele Faber & Elaine Mazlish –
El efecto Pigmalión puede tener también su lado positivo. Al ser consciente que nuestras palabras, gestos y acciones influyen en el comportamiento y desarrollo de los hijos, podemos utilizarlo para reforzar las capacidades y cualidades y así, contribuir a que tengan un conocimiento y sentimiento de valor de sí mismos.
Todos los niños son buenos en algo, todos tienen grandes cualidades; aunque quizás no coincidan con las que los padres esperamos que tengan, con las que hemos descubierto o, con las que les hemos dado la oportunidad y la confianza de demostrar. Ellos necesitan que les ayudemos a afirmar su mejor parte y no tengamos en cuenta, o mejor, les guiemos para reconducir, su peor parte.
Te invito a reflexionar sobre las expectativas que tienes de tus hijos. Y, además, a hacer un ejercicio más profundo de reflexión y de observación de tus propias acciones y palabras para descubrir el mensaje subliminal que puedes estar transmitiendo. ¿Acaso les comunica que son capaces y valiosos? ¿O, por el contrario, les está orillando a ejercer un papel determinado que no corresponde con su verdadero potencial?
No desaproveches ni subestimes el poder de las expectativas que tienes sobre alguien. Y, en cuanto a los hijos, espera siempre, de manera realista y positiva, lo mejor de ellos. Les estarás dando el mejor de los regalos: tu confianza en ellos.
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