domingo, 24 de febrero de 2019

¿Descubrió América Leif Eriksson?


¿Descubrió América Leif Eriksson?

DE NUESTRO CORRESPONSAL EN DINAMARCA
¿QUIÉN descubrió América? Nadie lo sabe con certeza. La respuesta depende en buena medida de qué se entienda por “descubrir” y por “América”. A fin de cuentas, el enorme continente llevaba siglos poblado para cuando los europeos se percataron de su existencia. Durante la primera parte del año 1493, Cristóbal Colón volvió a Europa con testimonios directos de su primer viaje, en el que desembarcó en las Antillas. Pero no era el primer europeo en visitar el sorprendente nuevo mundo. Todo indica que un grupo de rubios escandinavos había pisado suelo norteamericano cinco siglos antes.
Hace mil años, el Atlántico Norte debía de ser tan frío e impredecible como hoy. Los marineros creen conocer sus traicioneros vientos y corrientes, pero la bruma y la tempestad pueden dejarlos desorientados durante semanas. Según una antigua saga nórdica, fue justo lo que le sucedió cierto verano al joven Bjarni Herjolfsson, consumado navegante y aventurero. Pero aunque perdió la orientación, probablemente encontró un continente.
Todo ocurrió durante la era de los vikingos, quienes a través de los mares extendieron su dominio por toda Europa. Sus naves, esbeltas y muy marineras, se veían por doquier: desde las costas de Noruega o el norte de África hasta los ríos de la Europa continental.
La saga de los groenlandeses refiere que Bjarni partió en una larga travesía a Noruega. Al acercarse el invierno del año 986, regresó con las bodegas repletas a Islandia, donde se llevó la sorpresa de que su padre había partido en una flota encabezada por Erik el Rojo. El propósito de la expedición era colonizar un enorme país, situado al oeste de Islandia, que había descubierto Erik. Este le había dado un nombre que realzaba aún más su atractivo: Groenlandia, cuyo significado era “Tierra Verde”. De modo que el joven Bjarni se hizo a la vela rumbo a aquel lugar promisorio; pero cambió el viento y descendió la niebla, de modo que “durante muchos días —señala la citada saga— fueron a la deriva sin saber cuál era su rumbo”.
Cuando finalmente divisaron tierra, no encajaba con la descripción de Groenlandia, pues era un lugar de colinas y exuberantes bosques. Siguieron rumbo al norte, con el litoral a babor. El segundo avistamiento que hicieron no correspondía a Groenlandia más que el primero, pero, al cabo de unos días vieron un paisaje diferente, más montañoso y glacial. Se adentraron en el mar, con dirección este, y terminaron hallando Groenlandia y la colonia de Erik el Rojo.
La expedición de Leif Eriksson
Aunque aquellos hombres no desembarcaron en la masa continental de la actual Norteamérica, tal vez hayan sido los primeros europeos en divisarla. Lo cierto es que Bjarni relató más tarde lo que había visto, suscitando gran interés entre sus compatriotas colonos. Groenlandia era un país gélido con pocos árboles, por lo que construían y reparaban sus barcos y hogares con madera arrastrada por la corriente o adquirida a precio de oro en envíos marítimos. Todo indicaba, sin embargo, que en occidente, al otro lado del mar, existía una tierra boscosa con un sinnúmero de árboles.
Entre los que se sentían más atraídos por el nuevo territorio figuraba un vástago de Erik el Rojo, Leif Eriksson, retratado como un hombre “alto y fuerte, de impresionante apariencia” y “perspicaz”. En torno al año 1000, Leif adquirió el barco de Bjarni y, con una tripulación de 35 hombres, se hizo a la vela en busca de las costas que este había divisado.
Tres nuevos territorios
Si las sagas son exactas, primero halló una región sin pasto cuyas tierras altas estaban cubiertas de grandes glaciares. Dado que semejaba una inmensa laja, la llamó Helulandia (“Tierra de la Laja”), que en opinión de los historiadores actuales era la isla de Baffin, situada en el noreste de Canadá. Tal vez fuera este el momento en que los europeos pisaron por vez primera Norteamérica.
Los descubridores nórdicos prosiguieron hacia el sur. Encontraron otra región, llana y arbolada, con playas de arena blanca, a la que Leif llamó Marklandia (“Tierra de Bosques”) y que hoy suele identificarse con Labrador. Poco después hicieron un descubrimiento aún más prometedor.
Continúa la saga: “El barco zarpó empujado por un viento del noreste, y dos días después avistaron otra tierra”. Les agradó tanto que decidieron construir casas y pasar allí el invierno, durante el cual “nunca heló [...] y la hierba apenas se marchitó”. Más tarde, uno de los hombres vio vides, de modo que Eriksson llamó al país Vinlandia (posiblemente, “Tierra de Vino”). Al llegar la primavera, regresaron a Groenlandia con las bodegas repletas de abundantes productos de la zona.
A los estudiosos les encantaría determinar dónde está esa región de vides y verdes pastos, pero hasta la fecha no ha sido posible. Algunos opinan que la topografía de Terranova encaja con la descripción de las antiguas sagas. De hecho, una excavación realizada en esta isla atestigua la presencia vikinga. Sin embargo, hay especialistas que sostienen que Vinlandia tuvo que estar más al sur, y que el yacimiento de Terranova no corresponde más que a una base, la puerta de entrada a una Vinlandia más meridional.*
¿De qué pruebas disponemos?
No hay quien logre conciliar los pormenores de este relato con la geografía actual. Los rasgos vagos y crípticos de estos relatos desconciertan desde hace tiempo a los historiadores. Con todo, el testimonio más decisivo de la presencia escandinava en la América precolombina es el yacimiento que se excavó durante las décadas de 1960 y 1970 en las cercanías del pueblo terranovense de L’Anse aux Meadows. Comprende ruinas de casas con innegables características nórdicas, así como un horno de fundición de hierro y otros objetos que datan de la época de Leif Eriksson. Además, no hace mucho un explorador danés que trabajaba en la zona sur de Terranova encontró una pesa de piedra bien trabajada que probablemente se utilizó en una embarcación vikinga.
Los viajes escandinavos a las nuevas tierras del extremo occidental no se mantuvieron en secreto. El propio Leif Eriksson fue a Noruega para contarle al monarca del país lo que había visto. Más tarde, en torno al año 1070, el historiador y maestrescuela alemán Adam de Bremen se desplazó a Dinamarca para informarse acerca de los países septentrionales, y el rey danés Sweyn le habló de Vinlandia y su excelente vino. Esta tradición oral se incorporó a la crónica de Bremen, lo que permitió que muchos eruditos europeos tuvieran conocimiento de las tierras occidentales visitadas por los nórdicos. Además, los antiguos anales islandeses de los siglos XII y XIV mencionan que después hubo otros viajes escandinavos a Marklandia y Vinlandia partiendo de Groenlandia.
Puede que Cristóbal Colón también supiera de los viajes a Vinlandia realizados cinco siglos antes de su época. Según un libro referente a dicha tierra, hay indicios de que, con anterioridad a su famosa expedición de 1492 y 1493, el navegante visitó Islandia para estudiar las crónicas del país.
¿Qué ocurrió con los nórdicos?
No hay constancia de que los vikingos se asentaran definitivamente en América. Tal vez lo intentaron sin éxito por algún tiempo, pero las condiciones eran difíciles y los indígenas —a quienes llamaban skraelings— les superaban en fuerza. Por su parte, los descendientes de Erik el Rojo que vivían en Groenlandia también afrontaron graves apuros. El clima se recrudeció y menguaron las provisiones. Todo indica que, al cabo de cuatro o cinco siglos, los colonos desaparecieron por completo de allí. El último documento que refleja su presencia habla de una boda celebrada en una iglesia de la isla en 1408. Más de cien años después, un buque mercante alemán encontró la colonia totalmente abandonada, con la excepción del cadáver de un hombre que aún tenía junto a él su cuchillo. Tras esto, no volvemos a tener noticias de escandinavos residentes en Groenlandia. No fue sino hasta el siglo XVIII cuando llegaron pobladores noruegos y daneses para establecer una colonia permanente.
Con todo, fue de Groenlandia de donde partieron los intrépidos y recios navegantes nórdicos rumbo a un nuevo mundo. Aún nos los podemos imaginar, surcando aguas desconocidas en sus barcos de velas cuadradas hasta divisar extrañas costas, sin sospechar que más de cinco siglos después se aclamaría a Cristóbal Colón como el descubridor del Nuevo Mundo.
[Nota]
Véase el reportaje “¿Dónde está la legendaria Vinlandia?” (¡Despertad! del 8 de julio de 1999).
[Ilustración y recuadro de la página 20]
¿Cómo se orientaban los vikingos?
Dado que no disponían de brújula, ¿cómo conseguían ser tan buenos navegantes? Cuando no estaban en alta mar, trataban de mantener las costas a la vista y atravesar los estrechos por donde vieran tierra a ambos lados. Además, sabían guiarse por el Sol y las estrellas. Por ejemplo, determinaban la latitud con un sistema sencillo: se valían de una tabla de figuras para cada semana del año y una vara de medir con la que calculaban la altura del sol de mediodía sobre el horizonte. En vista de que no contaban con un método para establecer la longitud, cuando estaban en alta mar preferían viajar hacia el este o el oeste, ciñéndose a la latitud seleccionada.
Así, si deseaban viajar desde Groenlandia a un punto de Vinlandia, se dirigían al sur hasta dar con la latitud precisa; luego viraban hacia el oeste para hallar el puerto deseado. Además, cuando se encontraban en alta mar, estos diestros observadores se fijaban en las aves, pues su vuelo les indicaba la ubicación y características de la tierra. A veces llevaban consigo cuervos para soltarlos y ver cómo se elevaban y qué dirección tomaban, lo que les permitía saber dónde estaba la costa más cercana.
Otra ayuda para orientarse eran los sondeos. Un marinero bajaba una cuerda con un peso en un extremo. De este modo lograba dos objetivos. El primero era determinar la profundidad del agua. Cuando el peso daba con el fondo, tiraba de la soga e iba midiendo con sus brazos la longitud. (Hasta el día de hoy, se mide la profundidad en brazas, unidades equivalentes a la extensión de los dos brazos de un hombre abiertos en cruz.) El segundo objetivo era tomar una muestra del lecho marino, pues el peso solía tener un fondo hueco relleno de sebo. Luego el marinero examinaba la composición de la muestra y consultaba sus cartas de navegación, que contenían descripciones detalladas de la composición del lecho marino en diversas zonas. Aunque sus instrumentos eran sencillos, los vikingos fueron magníficos navegantes.
FUENTE: BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower

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